De Izquierda a derecha: Cristian Salazar, Eduardo Ruiz-Tagle. Gabriela Ruiz, Marcos Moncada, Jessica Baali, Riet Dilsen, Ricardo Riquelme. |
Agradecemos al profesor ROLF FOERSTER la siguiente presentación del libro "Kainga: una historia familiar.
Rapa Nui. Kainga una historia familiar.
Marcos Moncada, Rapanui Press, 2017.
Agradezco a Marcos Moncada la posibilidad de presentar su libro “Rapa Nui. Kainga una historia familiar”. La obra está organizada en 9 capítulos, que están precedidos por dos “prólogos”, uno del ex gobernador y Dr. en Arqueología, Sergio Rapu Haoa, titulado “¿De quién es la tierra en Rapa Nui?” y el otro de Dr. Ricardo Cicerchia, con el nombre de “Kainga a propósito del gesto familiar”.
Estos prólogos son coherentes narrativamente con la tesis central del texto y que está contenida en el título “Kainga una historia familiar”. Recordemos el campo semántico de la expresión Kainga [kāiŋa]: patria, tierra, territorio, lugar de origen, útero, matriz. Muchos pueblos hacen esta vinculación (“la madre patria”), en el Chile de la Zona Central también la tierra era un asunto familiar –¡qué sería de las familia Larraín y Errázuriz sin sus haciendas! -, hasta que vino la Reforma Agraria y la Contra RA y la transformó en una historia de mercado. De allí entonces la urgencia de aproximarse a cómo los rapanui vinculan la tierra con el universo parental.
Moncada aborda la cuestión familiar, después de proponer siete “patrones culturales polinésicos” (pae-pae, u ama, tohua, me’ae, tiki, pa y petroglifos), bajo una unidad mayor que él llama comunidad o clanes (¿Mata?):
“…la forma comunitaria de asumir la tierra, bajo la dirección de un jefe de familia, condicionó los desarrollos culturales, todos en función de la sobrevivencia de los clanes o familias en relación a su producción de su territorio, que desde el momento que es compartido con los antepasados que los precedieron, ya podemos denominar “territorio ancestral” (p.56).
Veamos como lo expresa Sergio Rapu en su prólogo:
“…cada zona poseía un dueño. Los documentos que establecían la propiedad de un espacio específico , lo constituían los altares, o Ahu, plataformas que contenían las representaciones pétreas de los antiguos líderes de ese poblado, quienes después de fallecidos, venían a habitar sus nuevos cuerpos Moai, para cuidar del paraje, sus habitantes y sus descendientes” (p.13).
Kainga y su división en “territorios ancestrales” (Moncada) o “Ahu”, o mata, tiene entonces una dimensión histórica de larga duración, que, como dice la tradición oral y musical, se remonta al rey Hotu Matu’a y a la repartición del kainga a sus hijos. A mediados de la década de 1930 Métraux, puso en evidencia la vigencia de este patrón, lo llamó “patriotismo tribal”:
“Si se pregunta a cualquier habitante de la aldea de Hangaroa: “¿Cuál es tu tribu?”, responderá sin dudar: marama, tupa-hotu, nga-ure o miru, aunque su padre sea un inglés o un chileno. Si se le piden mayores datos, dará la filiación tribal de sus padres y abuelos, llegando a señalar sobre el terreno los límites exactos del territorio ancestral […] El patriotismo tribal debió ser muy tenaz, ya que ha podido mantenerse aunque en forma atenuada, en la memoria de los indígenas modernos” (1950:100).
En 1988, justo cuando se cumplían los 100 años del “acuerdo de voluntades”, el Consejo de Ancianos publicaba Te Mau Hatu’o Rapa Nui. Los soberanos de Rapa Nui, libro genealógico-familiar que vincula a cada rapanui con sus respectivos mata, en este sentido ahora, Sergio Rapu nos dice:
“…claramente la isla entera, con sus más de trescientos Ahu y más de mil moais diseminados por todo el territorio, nos hablan de una propiedad total” (p.14).
Ahora bien, todo esto estaría muy bien si efectivamente los rapanui gozaran de su “propiedad total”, pero no es así y, porque no es así, es que se publican libros como el que estamos presentando.
Sabemos que el proceso de evangelización de la década de 1860 llevó a los rapanui a desplazarse a Hanga Roa y a Vaihu (voluntariamente e involuntariamente), pero manteniendo los vínculos reales-materiales con sus kainga. Cuando se firmó el “tratado de buena voluntad” en 1888, esta condición se mantuvo y Pedro Pablo Toro fue fiel a ese “pacto”. No obstante, fue puesto en cuestión en 1895 cuando el Estado arrendó la Isla a un empresario porteño (Merlet), el que en 1903, junto a la Williamson Balfour, formaron la Compañía Explotadora de Isla de Pascua. El éxito económico de esta empresa estanciera, pasaba por el confinamiento de los rapanui en Hanga Roa:
Cito el texto:
“…una vez ya asentados en Hanga Roa, y arrendada la isla por el Estado a un particular, se producen hechos de violencia, reducción forzada por la existencia de la pirca que rodeaba Hanga Roa y el control de los dos accesos/salidas, así como negación del derecho a recuperar las tierras ancestrales fuera de la pirca…” (p.106).
Ahora bien, ¿qué sucedió con los rapanui “radicados” en Hanga Roa? Por lo ya dicho el patriotismo tribal se mantuvo, pero como un imaginario, a pesar de los intentos de eliminarlo por parte de las autoridades, intentando poner fin al horizonte del tratado de voluntades de 1888 (a través de medidas como las deportaciones, el asesinato del rey Riro, el arriendo, etc.). Pero ¿qué pasó en los “hechos” ?, ¿cómo se organizó la comunidad? La tesis de Moncada es, al respecto, ambigua: por un lado, siguiendo a Riet Delsing, sostiene que habría una continuidad en la medida que en Hanga Roa “se repetían los patrones de asentamiento antiguos sobre todo el territorio de la Isla, aunque esta vez a una escala menor” (p.117-118). Por otro lado, una ruptura
“…por una necesidad de sobrevivencia los grupos debieron replantearse su forma de distribución, ya no eran familias –cada una autosuficiente-, sino los restos de familias raleadas por la enfermedad y la muerte, y por lo tanto, debieron relacionarse de otro modo para poder sobrevivir” (p.105-106).
Frente a estas dos opciones Moncada opta por la primera: “…el reasentamiento en torno a Hanga Roa (…) se desarrolló siguiendo patrones previos… fue una nueva Rapa Nui, pero a escala” (p.118).
Este escenario es el adecuado para entender el caso de los Hito, por un razón simple y poderosa:
“…algunas familias, como la familia Hito ocuparon los mismos terrenos que ya ocupaban desde antes que la isla fuese chilena” (p.108).
Se trata de una relación excepcional, si las otras familias, kainga, instalados en Hanga Roa ya no pudieron vivir en sus “territorios ancestrales”, sí lo hicieron los Hito.
En este contexto, la tesis del “colapso” (“familias raleadas” para usar los términos de Moncada) permite entender que el proceso de “re-asentamiento” no generó un conflicto en el seno de la sociedad rapanui.
Hay un punto no tratado directamente por Moncada y que nos parece central para comprender los conflictos (y los no conflictos) en torno a la tierra: se trata que en el proceso de constitución de la “propiedad” en Hanga Roa se continuó de la mano de la mediación de la autoridad naval chilena, no sólo por la entrega de “títulos provisorios” (que reconoció la forma rapanui de repartición) sino también por la ampliación territorial, en Hanga Roa, y después fuera de ese perímetro, vía la entrega de parcelas de 5 hectáreas a rapanui y no a continentales. Este proceso evitó dos tipos de conflictos (comunes por ejemplo en la Araucanía) intracomunitarios e “interétnicos”: recordemos que la carta que dio inicio a la revolución de “Alfonso Rapu” no se menciona el tema de las tierras, pero sí se pide ayuda al Estado para recuperar las tierras en Tahiti (una dimensión territorial sólo mencionada en el epígrafe del libro).
Un efecto no esperado fue la transformación de los “títulos provisorios” (para el Estado) en títulos “definitivos” para las familias y para la comunidad rapanui. Los conflictos más potentes se dan justamente cuando el Estado inició, a mediados de la década de 1960, con la ley Pascua de por medio, el despojo de las tierras comprendidas en los “títulos provisorios”: fue el caso de los Hito, pero también de muchas otras “familias” cuyas “parcelas” fueron afectadas por la instalación de los aparatos del Estado. Permítanme leer parte de una carta de las hermanas Chávez (Teave), del 25 de abril de 1983 al jefe de la Oficina de Tierras y Bienes Nacionales”:
1.- Reclamamos enérgicamente en contra la demanda que rola en causa criminal Nº 1.976 por ‘usurpación de tierras’, demanda que suponemos viene de esa Oficina de Tierras y Bienes Nacionales en contra de los dueños.
2.- Para su conocimiento, la parcela denominada “Apina” es propiedad de nuestro Padre don Andrés Chávez M. [Manuheuroroa] quien desapareció en una embarcación en 1948. Esta parcela [de 6,4 hectáreas] la heredó de sus antepasados de tiempos inmemoriales y nosotros los hijos, somos la continuidad de esta propiedad, según nuestra tradición y realidad, que somos: Daniel Chávez Tepihe, Livia Chávez Tepihe, Pedro Chávez Tepihe, Celia del Carmen Chávez Tepihe, Erminda Gloria Chávez Tepihe, Delfina Tepihe Tepihe y María Rosario Atán Tepihe.
Es sabido por muchos pascuenses que esta parcela es propiedad de nuestro padre y en la causa criminal ya mencionada, presentamos en el Juzgado de Letras, fotocopia del plano Nº 2 titulado: “’Distribución de las propiedades de los nativos en Hanga Roa, Isla de Pascua”, que se encuentra en el Archivo del Centro de Estudios de la Universidad de Chile de Pascua [y que Moncada reproduce en la página 30], en el que consta como propietario a Andrés Chávez Manuheuroroa y cuyos deslindes son; al Norte con la playa Pea y cancha de fútbol, al Este, con terrenos pertenecientes a Tuke Tuki Kaituoe y Raimundo Huki Renea Hinga, al Sur, con terrenos de María Tepihe Veri a Take y Maea Hare Repa y al Oeste, la costa hasta Apina Nui.
3.- Parte de nuestra parcela fue ocupada, sin consentimiento de nuestro padre y posteriormente nuestro, donde fueron construidas las oficinas de Tierras y Bienes Nacionales, Casa del Notario, casas de funcionarios del Banco Estado, Bodegas de la Ilustre Municipalidad, Entel Chile, Centros de Madres, Casa del Magistrado, casa del Jefe de Obras Públicas, Casas del Deporte y Turismo, Registro Civil y Juzgado de Letras, además en los terrenos adyacentes a las casas mencionadas y partes de las calles Tuu Keihu y Atamu Tekena, por la costa hasta Apina Nui.
Esta demanda forma parte hoy de lo que se conocen como “casos emblemáticos”, de los 11 todos ellos están asociados a los “títulos provisorios”:
Los casos que han sido presentados como “emblemáticos” por las autoridades de la Isla (públicas y tradicionales), corresponden a reivindicaciones en distintos lugares de HANGA ROA y respecto de los cuales existe una sensibilidad generalizada en el sentido de resolver definitivamente estos casos” (Nancy Yáñez y Hugo Cárdenas 2014:67-71).
Hay un segunda cuestión no tratado directamente por Moncada en los asuntos relativos al kainga, ellos son los “efectos no esperados” de la entrega de parcelas en el período de la Concertación y que Riet destaca en su obra. Permítanme citarla:
“Una consecuencia interesante y algo dudosa de la entrega de tierras es que los rapanui han intercambiado sus lotes de tierra por motocicletas, autos usados o cualquier otra cosa que les llame la atención. El hecho de que no hayan tenido ningún plan en particular para el uso de estas tierras indica que estas personas solicitaron títulos de tierra por el mero hecho de que les devolvieran la tierra. En otras palabras, uno podría sugerir que el argumento político anula al económico, aun cuando los lotes adquiridos no estuviesen exentos de valor económico.
No obstante, pronto se hizo evidente que estas transferencias arbitrarias permitían que otros rapanui acumularan bastante tierra, lo que ha estimulado el desarrollo de un mercado inmobiliario durante los últimos años, fenómeno hasta el momento sin precedentes. Esto implica una erosión aun más pronunciada sobre el concepto de kaiŋa, debido a que separa a los rapanui de sus tierras tribales ancestrales, acentúa la desintegración de su organización social tradicional y crea diferencias económicas entre ellos que antes no existían. La raíz del problema pareciera ser la Ley Indígena que permite e incentiva la propiedad individual privada en detrimento de la propiedad privada colectiva” (2015:105).
Para concluir. La significación de este texto de Moncada, al igual que la mayoría de los estudios sobre la tierras -Susana Rochna-Ramírez (1996), Camila Zurob (2011), Foerster-Ramírez-Moreno (2014), Yáñez-Cárdenas (2014)-, es mostrarnos que la nunca y acabada conflictividad en Pascua pasa or un bien que es limitado (de alto valor en el pasado por su uso agrícola, hoy por la industria del turismo). La red y la jerarquía parental no logran impedir el estallido del deseo mimético sobre el Kainga (por ejemplo, el conflicto entre Roe y los Cardinali, o en el seno de los Hito), como las “tomas” y amenazas de nuevas “tomas” en el “Parque”: ¿la emergencia del “Mau Henúa”, como administrador de los “territorios ancestrales” (el “parque”) por la comunidad organizada en los Hōnui, no tiene que ver con esa realidad y con lo señalado por Delsing (la valoración de la propiedad “privada colectiva”? Dicho de otra manera: el Hōnui es la instancia que puede canalizar, darle un sentido compartido al “Kainga, una historia familiar”.
ROLF FOERSTER G.
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